3º cuento de la colección.
¿Nos damos cuenta cuando somos cotillas?
Sara y Marcos eran unos cotillas de campeonato. Siempre andaban espiando y curioseando todo de todos, y disfrutaban aireando cuanto descubrían, que era mucho y normalmente no muy bueno. A menudo les habían explicado la importancia de respetar la intimidad de los demás, pero ellos respondían diciendo "si no tuvieran nada que ocultar, no les importaría. Nosotros no tenemos nada que ocultar, y por eso nos da igual".
Hasta que un pobre brujo con pocos poderes mágicos, pero muy mala uva se cruzó en su camino. Y después de que le destrozaran uno de sus trucos baratos, decidió vengarse con un extraño conjuro que hizo reir a los niños antes de dejar el lugar.
Sin embargo, al día siguiente, mientras estaban en clase, el altavoz de las emergencias sonó con la voz del brujo:
- ¡Din, don, dinnnn! ¡din, don , dinnnn! ¡Atención! Sara Márquez piensa que Roberto es un chico muy guapo y le gustaría ser su novia. ¡din, don, dinnnn!
¡Menuda vergüenza pasó Sara!; jamás le había dicho nada a nadie y se puso roja como un tomate... Se armó un gran revuelo que cesó cuando poco después volvió el altavoz con sus avisos:
- ¡Atención!, ahora Marcos Mendoza está pensando que Antonio Muñoz es un gorila tonto y gordo, y que si él fuera más grande le daría una buena paliza... ¡din, don din!
Y el pobre Marcos tuvo que salir corriendo y esconderse para evitar que Antonio le diera un zurra de espanto...
Y así, durante todo el día, el odioso altavoz no dejó de contar los pensamientos más intimos de los dos cotillas, y cada minuto que pasaba su vergüenza y sus problemas iban en aumento. Hasta que la pareja se plantó delante del altavoz, llorando de ira y de rabia, pidiéndole que dejara de airear sus pensamientos.
- Si no tenéis nada que ocultar, no debería importaros - respondió el brujo. al otro lado del altavoz.
- ¡Claro que no tenemos nada que ocultar! - respondieron- ¡pero eso son cosas privadas! - volvieron a protestar.
Entonces se miraron uno al otro, y comprendieron que lo que ellos mismos llevaban haciendo toda la vida era un ejemplo de lo que el brujo les estaba haciendo pasar a través del altavoz. Y tras prometer no volver a cotillear acerca de las cosas privadas de la gente, el brujo anuló el hechizo y se despidió de todos. Y en cada uno de los chicos que lo vivió, el recuerdo de aquella mañana de risa sirvió para que recordaran siempre la importancia de respetar las cosas privadas de cada uno.
Autor.. Pedro Pablo Sacristan